jueves, 23 de enero de 2014


CIUDADANO CAN

En el pueblo la gente hablaba mal de mí.
Sólo  porque tenía un negocio que me iba bastante bien y en el que daba trabajo a cualquiera que lo solicitase.
Especialmente a mujeres, inmigrantes y jóvenes recién licenciados.
Un día, en la sección de cartas al director, un joven que se creía Einstein pero no era nada más que un vago que no quería trabajar para mí, publicó una carta ofensiva.
Con las ganancias de los sueldos que no pagaba compré el periódico local. De esa manera evité comentarios, rumores e infundios periodísticos.
Aunque no pude evitar que en la radio provincial la tuvieran tomada conmigo. Decían que estaba contaminando las aguas del río con los vertidos ilegales de mi empresa.
Con el dinero que ahorré en filtros y depuradoras me hice con la radio provincial.
De esta forma se dejaron de escuchar noticias relacionadas con mis asuntos empresariales.
Hasta que en un informativo especial de la tele regional emitieron un programa sobre las causas de mi éxito empresarial. Algún avispado periodista decía cosas absurdas, como que recibía adjudicaciones, re-calificaciones, ayudas y demás prebendas monetarias. No era del todo cierto.
Sólo eran intercambios fraternales que recibía de los amigos a los que trataba bien en la prensa local y en la televisión provincial. Y como personas educadas que eran, esos amigos sabían ser agradecidos.
Como prueba de su agradecimiento y amistad, de vez en cuando me invitaban a sus fiestas, donde entre copa y copa de Dom Pérignon hacíamos pequeñas operaciones financieras,  más que nada por divertirnos, sin ánimo de lucro, porque a todos nos gustaba jugar al monopoly de pequeños y aquello era mucho más excitante.
Tan bien nos llevábamos que de vez en cuando me concedían alguna suculenta subvención.
En vez de invertir el dinero de las subvenciones en la seguridad y la modernidad de mis empresas, decidí hacerlo en adquirir la tele regional.
Un día llegaron a mí rumores de que un político, aburrido y resentido porque no le invitaban a ninguna fiesta,  había manifestado en voz baja una opinión despectiva sobre mis negocios.
Mi decisión fue fulminante. Con el poder de la tele regional y gracias a mis contactos fraternales y a una bacanal un poco subida de tono, conseguí hacerme con el control del partido político discordante.
Pero al resto de partidos les inquietó aquella maniobra tan ladina y calculada y empezaron a circular difamaciones y acusaciones sin mucho sentido. Ellos lo llamaban oposición constructiva.
Para mí que se estaban inmiscuyendo en asuntos que no eran de su incumbencia.
Mi reacción fue echar mano de todas mis influencias, mi dinero, mis amistades, mis medios de comunicación y así logré ganar las elecciones con una ventaja aplastante sobre el resto de partidos.
Pero como aún había irresponsables que preferían votar a otros partidos, una vez llegué al poder me fui haciendo poco a poco con todo el país, con sus periódicos, los consejos de administración de sus empresas, sus plataformas digitales, las acciones de todos los bancos, la voluntad de sus jueces, la capacidad de pensar de sus mentes…
Cuando ya creía tener todo bajo control decidí  retirarme una temporada y regresé a mi pueblo natal.
Me entristeció comprobar que no quedaba ni rastro del periódico local, ni de la radio provincial, ni de la televisión regional, ni de la gente que había trabajado antiguamente en mis fábricas.
Todo y todos habían desaparecido hacía tiempo y los pocos que quedaban fingían no conocerme.
Era deprimente encontrarse, después de tanto trabajar e intrigar, con no tener nada ni nadie a quien eliminar.
Así fue como una noche de insomnio, la primera de mi vida por cierto, me dio por empezar a criticarme a mí mismo.
Desde entonces ando sobresaltado con la idea de que alguien que se parece mucho a mí  trata de secuestrarme, de imponerme sus descabelladas ideas y,  al no conseguirlo, de arrojarme envuelto en un bloque de cemento a uno de los ríos que contribuí a envenenar.


Este relato pertenece a mi primer libro "Gente sin tino" y obtuvo un premio en un pueblo de Albacete, Munera, "El molino de la bella Quiteria", en verano del 2003. Un premio con resonancias cervantinas, por tanto.El relato estaba escrito mucho antes y en parte es una premonición de la podredumbre con la que nos intentarían sepultar algo después.Enlazando una cosa con otra, llegué a la conclusión que sólo había dos formas de encarar esa indigna inmundicia que la mayoría llama crisis cuando no es más que otra estafa de los de siempre.Sanchos y Quijotes. A partes iguales. Y que el viento de los molinos espolee sus anhelos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario