EN LA LIBRERÍA
Me cuenta un amigo librero que el otro día entró por la
puerta un cliente. Venía preguntando por el último libro del ex-presidente que
fue incapaz de ver la crisis. No le tengo, le dijo el librero, ese tipo de
libros no me interesan. Pues usted que se lo pierde, le debió de contestar al
librero o algo por el estilo. Al día siguiente llegó una nueva clienta
preguntando por el segundo tomo de las memorias del ex presidente que no fue
capaz de ver las armas de destrucción masivas en Irak. No le tengo, le dijo el librero, es un tipo de
libros que no trabajo. Pues debería de hacerlo, le dijo la clienta, que no están
los tiempos como para desdeñar unos buenos ingresos. De paso se puso a
curiosear por las estanterías buscando el libro de Belén Esteban, el best-seller
de las Navidades. Allí estuvo la buena mujer diez minutos hasta que cayó en la
cuenta de que si no tenía el libro de su genovés preferido, menos tendría el de la princesa del
pueblo. Y se fue. A los pocos días apareció un nuevo cliente. En esta ocasión
venía preguntando por un libro donde se explicaba todo lo que queríamos saber
pero temíamos preguntar sobre la gestación de la crisis. Nadie mejor que el ex
ministro de economía del anterior gobierno para esclarecérnoslo, con información
confidencial y cartas secretas guardadas en la manga. La contestación del
librero fue la misma. Ni le tengo ni me interesa. Ya, le dijo el cliente un
poco azorado, a mí tampoco es que me interese mucho, pero seguro que tiene algunas
confesiones de interés para... ¿Para
quién? Le contestó secamente mi amigo librero, que no solía cortar a sus
clientes y les dejaba hablar, la mejor manera de conocerlos y luego saber qué libro
recomendar. Verá, le dijo el librero, ya un poco cansado de que su negocio se
hubiera convertido en un lugar de peregrinación de ovejas descarriadas del
rebaño, mientras yo esté regentando esta librería aquí solo entrarán libros de
verdad, obras de la literatura, libros decentes que cualquier persona pueda
leer, libros para entretener, para pasar el rato, para reír, para llorar, para que
quien lo lea se sienta vivo y sea un poquito más sabio que cuando entró aquí. Y
como da la casualidad de que nada de eso se cumple en esos libros que les
escriben a ex presidentes, ex ministros o ex tertulianas, por eso ni me molesto
en pedírselos al distribuidor. No los necesito, ni para vivir ni para aprender.
¿Queda claro? Ahora, si quiere que le
aconseje alguna lectura para estos días lo puedo hacer con mucho gusto, porque
forma parte de mi negocio y de mi actividad.
Bueno, le debió de contestar el cliente, si se pone usted así... ¿qué me
aconsejaría?
Y ahí fue cuando el librero empezó a ver el cielo abierto.
Un cliente que quiere conocer las cosas por sí mismo, no las trolas que le van
a contar unos estafadores. Y empezó a sacar de las estanterías un libro tras
otro. Quiere crisis: aquí tiene “Democracia” de Pablo Gutierrez. Quiere
burbujas inmobiliarias: “Crematorio” de Rafael Chirbes. Si quiere reírse un
rato aquí tiene este: “Karoo” de Steve Tesich. Acción: “El misterio de la
cripta embrujada” de Eduardo Mendoza. Si quiere desasosiego aquí tiene este “La
carretera” de Cormac McCarthy. Si quiere leer cuentos: Gonzalo Calcedo. Poesía:
Ángel Rodríguez. Ensayo: Juan Carlos Monedero. Si quiere un libro sobre
perdedores: “El anarquista que se llamaba como yo” de Pablo Martín Sánchez...
Epopeyas: “Herejes” de Leonardo Padura. Al final, mi amigo el librero le
recomendó un libro auto-editado: “La República Independiente de San Nadie”, y
de propina le obsequió al cliente con una confesión y un consejo. Mire, le dijo al cliente, no se
ofenda, pero estos impresentables que ahora vienen a contarnos todo lo que
saben, en su momento intervinieron, por acción u omisión, en crear
la situación que ahora todos padecemos. Y lo peor de todo es que una editorial
muy influyente y poderosa les pague una fortuna por perpetrar estos mamotretos.
Eso es la cuadratura del círculo, primero nos arruinan y después sacan tajada.
Pues conmigo que no cuenten, si me tengo que arruinar lo haré yo solito, no con
la ayuda de nadie, y menos de estos tipejos. La literatura es una de las pocas
cosas libres que quedan en este mundo. No la prostituyamos.
El cliente se fue con el libro más contento
que unas castañuelas y el librero quedó aún más. En cuanto a quien esto
escribe, ni les cuento...