Hace
un tiempo en el pueblo vivíamos tan tranquilos. Nos conformábamos con tener lo
justo para ir tirando, en paz unos con otros. Sin excesos, pero sin apreturas.
Felices y contentos. Todos por un igual.Hasta
que un día apareció por allí Hipólito, Poli, que se había marchado a estudiar a
la capital y había regresado hecho todo un hombre de leyes. Junto a él llegó un amigo de verbo fácil y
sonrisa gatuna, un tal Tico. Tanto uno como otro hablaban de una forma
diferente a la del resto de habitantes, como si articularan un lenguaje que
sólo ellos fueran capaces de entender. Todo el tiempo decían cosas como: “en
base a…”, “por consiguiente…”, “puedo prometer y prometo…” o “a la vista de…”. La
verdad es que no se entendía muy bien lo que querían decir, pero a los del
pueblo les sonaba bien, esa grandilocuencia les hacía sentirse importantes. Por
otro lado, Poli era un seductor por naturaleza. Cuando llegaron las elecciones
se presentó para alcalde, siendo elegido por unanimidad. Al poco tiempo se
subió ostensiblemente el sueldo y convenció al resto de concejales para firmar
algunas cosas que nunca supimos en qué
consistían. Después empezó a promover una serie de actuaciones que sonaban un
poco extrañas. Por último cameló a todos en el pueblo para organizar una
fiesta. Una gran fiesta, según repetía a cada momento. Casi todos los vecinos se
entusiasmaron con la idea, aunque unos pocos dijeran que no había nada que
celebrar.
Por
supuesto que fueron Poli y Tico los que se encargaron de organizarlo todo, con
ayuda de sus amigos de veraneo: Iván Quero y un tal Capi. Durante un tiempo no
dejaron de aparecer por el pueblo gentes de diferentes pelaje que jamás habíamos
visto por allí: arquitectos, promotores, diseñadores, asesores, agentes de
bolsa, comisionistas, artistas… Por fin llegó el día de la fiesta, que duró
tres días y tres noches. Algo excesivo para la enjundia del pueblo. Allí hubo de
todo, al menos eso cuentan los más atrevidos, pues dependiendo de quién fueras, te daban una cosa
u otra, y no todo era de la misma calidad y en la misma cantidad. Pero nadie se
quejó. Todos parecían muy excitados.Al cuarto
día, una vez acabada la fiesta, todo el pueblo amaneció con resaca y dolor de
cabeza. Las calles parecían desérticas y las casas abandonadas, como si el
pueblo estuviera a medio hacer. Todos los invitados habían desaparecido, Poli y
Tico habían dejado a otros dos concejales en su lugar, y sólo
quedaba la gente del pueblo, los
de siempre, aunque parecían no conocerse entre ellos. A los pocos días
empezaron a llegar hombres con traje y
corbata y maletines de mano. Al parecer eran cobradores que venían a finiquitar
sus cuentas. Por lo visto, Poli no había pagado a nadie. Bueno, a casi nadie,
pues los encargados de proporcionar los
vicios más fuertes habían cobrado en
riguroso contado y sin posibilidad de regateo.
El
nuevo alcalde dice que ahora tendrá que subirnos los impuestos para liquidar la
fiesta. Y que hay que pagar a Poli y a sus asesores un sueldo toda la vida,
porque eso está firmado y va a misa. También dice que tendremos que trabajar
más por menos dinero, que la factura es de escándalo. Pero nadie viene a
ofrecernos ese trabajo. Eso sí, los pocos aguafiestas que decían que todo era
puro derroche, corrupción, especulación y malversación, resulta que ahora
quieren montar otra fiesta. Dicen que es muy fácil, que sólo tenemos que
juntarnos todos otra vez, espontáneamente, y recuperar lo que teníamos antes de que
llegaran Poli y Tico al pueblo, es decir: la unidad, la cordura, la mesura, la
igualdad… Ahora mismo me apunto, promete ser una buena fiesta, la definitiva.
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