sábado, 23 de noviembre de 2013

LA FIESTA DE POLI             
                                                             Hace un tiempo en el pueblo vivíamos tan tranquilos. Nos conformábamos con tener lo justo para ir tirando, en paz unos con otros. Sin excesos, pero sin apreturas. Felices y contentos. Todos por un igual.Hasta que un día apareció por allí Hipólito, Poli, que se había marchado a estudiar a la capital y había regresado hecho todo un hombre de leyes.  Junto a él llegó un amigo de verbo fácil y sonrisa gatuna, un tal Tico. Tanto uno como otro hablaban de una forma diferente a la del resto de habitantes, como si articularan un lenguaje que sólo ellos fueran capaces de entender. Todo el tiempo decían cosas como: “en base a…”, “por consiguiente…”, “puedo prometer y prometo…” o “a la vista de…”.  La verdad es que no se entendía muy bien lo que querían decir, pero a los del pueblo les sonaba bien, esa grandilocuencia les hacía sentirse importantes. Por otro lado, Poli era un seductor por naturaleza. Cuando llegaron las elecciones se presentó para alcalde, siendo elegido por unanimidad. Al poco tiempo se subió ostensiblemente el sueldo y convenció al resto de concejales para firmar algunas cosas que nunca supimos  en qué consistían. Después empezó a promover una serie de actuaciones que sonaban un poco extrañas. Por último cameló a todos en el pueblo para organizar una fiesta. Una gran fiesta, según repetía a cada momento. Casi todos los vecinos se entusiasmaron con la idea, aunque unos pocos dijeran que no había nada que celebrar.
Por supuesto que fueron Poli y Tico los que se encargaron de organizarlo todo, con ayuda de sus amigos de veraneo: Iván Quero y un tal Capi. Durante un tiempo no dejaron de aparecer por el pueblo gentes de diferentes pelaje que jamás habíamos visto por allí: arquitectos, promotores, diseñadores, asesores, agentes de bolsa, comisionistas, artistas… Por fin llegó el día de la fiesta, que duró tres días y tres noches. Algo excesivo para la enjundia del pueblo. Allí hubo de todo, al menos eso cuentan los más atrevidos, pues  dependiendo de quién fueras, te daban una cosa u otra, y no todo era de la misma calidad y en la misma cantidad. Pero nadie se quejó. Todos parecían muy excitados.Al cuarto día, una vez acabada la fiesta, todo el pueblo amaneció con resaca y dolor de cabeza. Las calles parecían desérticas y las casas abandonadas, como si el pueblo estuviera a medio hacer. Todos los invitados habían desaparecido, Poli y Tico habían dejado a otros dos concejales en su lugar,  y sólo  quedaba la gente  del pueblo, los de siempre, aunque parecían no conocerse entre ellos. A los pocos días empezaron  a llegar hombres con traje y corbata y maletines de mano. Al parecer eran cobradores que venían a finiquitar sus cuentas. Por lo visto, Poli no había pagado a nadie. Bueno, a casi nadie, pues  los encargados de proporcionar los vicios más fuertes  habían cobrado en riguroso contado y sin posibilidad de regateo.
El nuevo alcalde dice que ahora tendrá que subirnos los impuestos para liquidar la fiesta. Y que hay que pagar a Poli y a sus asesores un sueldo toda la vida, porque eso está firmado y va a misa. También dice que tendremos que trabajar más por menos dinero, que la factura es de escándalo. Pero nadie viene a ofrecernos ese trabajo. Eso sí, los pocos aguafiestas que decían que todo era puro derroche, corrupción, especulación y malversación, resulta que ahora quieren montar otra fiesta. Dicen que es muy fácil, que sólo tenemos que juntarnos todos otra vez, espontáneamente,  y recuperar lo que teníamos antes de que llegaran Poli y Tico al pueblo, es decir: la unidad, la cordura, la mesura, la igualdad… Ahora mismo me apunto, promete ser una buena fiesta, la definitiva.

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