¡CREETELO! PAGA UNO, LLÉVATE DOS
Eso rezaba una pegatina en el ángulo superior derecho de la
foto en blanco y negro de Paul Simonon, donde este golpeaba con furia su bajo
contra el suelo del escenario en una actuación en Nueva York.
Yo acababa de cumplir diecisiete años y me lo creí todo de
un tirón. Dos por uno, la rabia del punk y la fuerza del rock. Cuando me hice
con el disco y lo escuché a punto estuve de largarme a Londres a ver que se
cocía allí. Sí, ya sé que el punk había dado sus últimas bocanadas, pero a mí
no me iban mucho los Sex Pistols. Yo era más de Los Ramones. Aunque estaba
abierto a cualquier sugerencia. En aquellos años los amigos valían para muchas
cosas. Unas de ellas era intercambiar gustos. Miguel Ángel, el rubio, me
presentó a Bowie. Yo le invité a pasear por las calles del barrio latino de
Nueva York junto a Mink Deville. Otro me vino con Police, pero pinchó en hueso,
pues tenía un as en la manga llamado Bruce Springsteen. El del río, ni más ni
menos, otro doble histórico, tal vez el último. Cuando alguno me venía con los
Madness o algo por el estilo yo ya andaba saltando con Specials y Elvis
Costello. Siempre fui un poco por delante, porque en eso consiste el rock. Hasta
que aparecieron en mi vida Strummer y los suyos. Las leyes de por entonces evitaron
que conociera el Hammersmith y me emborrachara en el Soho. Pero no me
arrepiento de no haber hecho aquel viaje. Tenía
a los Clash, sus canciones, su irresistible oferta de furia y verdadero rock and roll. Durante algunos
años fue mi biblia negra –ese título que al parecer barajó Joe para su obra
maestra–, crecí con sus guitarrazos, sobreviví a varios apocalípsis aferrado a
sus mensajes, tarareé sus canciones como si las absurdas leyes no llamaran
nunca a las puertas de un Londres
asediado y rebelde.
London Calling to the faraway town, the war is declared and
the battle come down... Aprendí todo el inglés que necesitaba en sus letras. Los Clash no se conformaban con un solo disco,
te ofrecían una tarde entera y completa de vida y de acción sin salir de casa.
Brand new cadillac, ese rockabilly que te levantaba el ánimo hasta que las
piernas empezaban a poseer vida propia. Jimmy Jazz, al que no sólo homenajearon
Kortatu, pues bautizaron a un garito histórico de Medina con su nombre, Hateful,
con ese ritmo a lo Bo Diddley, Spanish bombs, o cómo resumir la guerra civil
española y la transición en un castellano macarrónico, The guns of Brixton,
Death or glory, I´m not down... Hasta metieron una canción de propina que no aparecía
en los créditos. London Calling, no se volvieron a hacer discos así, entre otras cosas porque el tiempo
pasó para todos, aunque haya cosas que se adelanten a ese tiempo que no
pertenece a nadie y unos pocos tratan de apropiarse. Los guitarrazos en clave
de morse del final de la canción pueden ser el mensaje secreto que escuchamos
en estos tiempos, después de treinta y tantos años. Y la profecía de Strummer cuando canta
con voz agónica que “Londres se está inundando, y yo vivo junto al río”.
Precisamente ahora, en que todo o en parte es cierto, he vuelto a desenfundar
el disco y he hecho ese viaje que nunca hice a Londres. No sé, me quedo con el
Londres de los Clash, con 17 años uno quiere ir a muchos sitios, aunque es sólo
después de muchos cumpleaños cuando te das cuenta de que esos sitios están
dentro de ti. Como las canciones del London Calling.
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