miércoles, 19 de febrero de 2014

¡CREETELO! PAGA UNO, LLÉVATE DOS

Eso rezaba una pegatina en el ángulo superior derecho de la foto en blanco y negro de Paul Simonon, donde este golpeaba con furia su bajo contra el suelo del escenario en una actuación en Nueva York.
Yo acababa de cumplir diecisiete años y me lo creí todo de un tirón. Dos por uno, la rabia del punk y la fuerza del rock. Cuando me hice con el disco y lo escuché a punto estuve de largarme a Londres a ver que se cocía allí. Sí, ya sé que el punk había dado sus últimas bocanadas, pero a mí no me iban mucho los Sex Pistols. Yo era más de Los Ramones. Aunque estaba abierto a cualquier sugerencia. En aquellos años los amigos valían para muchas cosas. Unas de ellas era intercambiar gustos. Miguel Ángel, el rubio, me presentó a Bowie. Yo le invité a pasear por las calles del barrio latino de Nueva York junto a Mink Deville. Otro me vino con Police, pero pinchó en hueso, pues tenía un as en la manga llamado Bruce Springsteen. El del río, ni más ni menos, otro doble histórico, tal vez el último. Cuando alguno me venía con los Madness o algo por el estilo yo ya andaba saltando con Specials y Elvis Costello. Siempre fui un poco por delante, porque en eso consiste el rock. Hasta que aparecieron en mi vida Strummer y los suyos. Las leyes de por entonces evitaron que conociera el Hammersmith y me emborrachara en el Soho. Pero no me arrepiento de no haber hecho aquel viaje. Tenía  a los Clash, sus canciones, su irresistible oferta de furia  y verdadero rock and roll. Durante algunos años fue mi biblia negra –ese título que al parecer barajó Joe para su obra maestra–, crecí con sus guitarrazos, sobreviví a varios apocalípsis aferrado a sus mensajes, tarareé sus canciones como si las absurdas leyes no llamaran nunca a las puertas de un Londres  asediado y rebelde.

London Calling to the faraway town, the war is declared and the battle come down... Aprendí todo el inglés que necesitaba en sus letras.  Los Clash no se conformaban con un solo disco, te ofrecían una tarde entera y completa de vida y de acción sin salir de casa. Brand new cadillac, ese rockabilly que te levantaba el ánimo hasta que las piernas empezaban a poseer vida propia. Jimmy Jazz, al que no sólo homenajearon Kortatu, pues bautizaron a un garito histórico de Medina con su nombre, Hateful, con ese ritmo a lo Bo Diddley, Spanish bombs, o cómo resumir la guerra civil española y la transición en un castellano macarrónico, The guns of Brixton, Death or glory, I´m not down... Hasta metieron una canción de propina que no aparecía en los créditos. London Calling, no se volvieron a hacer  discos así, entre otras cosas porque el tiempo pasó para todos, aunque haya cosas que se adelanten a ese tiempo que no pertenece a nadie y unos pocos tratan de apropiarse. Los guitarrazos en clave de morse del final de la canción pueden ser el mensaje secreto que escuchamos en estos tiempos, después de treinta y tantos años. Y la profecía de Strummer cuando canta con voz agónica que “Londres se está inundando, y yo vivo junto al río”. Precisamente ahora, en que todo o en parte es cierto, he vuelto a desenfundar el disco y he hecho ese viaje que nunca hice a Londres. No sé, me quedo con el Londres de los Clash, con 17 años uno quiere ir a muchos sitios, aunque es sólo después de muchos cumpleaños cuando te das cuenta de que esos sitios están dentro de ti. Como las canciones del London Calling. 

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